martes, 27 de abril de 2010

La Torre de Babel

Ciertamente no encontré un nombre más cliché para titular esta cuartilla pero es cierto: está ciudad es la Torre de Babel. O ¿qué otro nombre se le podría poner a una ciudad en la que se habla más de un centenar de lenguas?
Una va caminando por doquier y es común encontrarse con alguien café, amarillo, tostadito indio, blanco, canelita latinoamericano o de cualquier otro color, que esté hablando el idioma más extraño que uno pueda imaginar: desde el garabateado árabe hasta el inglés, que aquí sólo algunos tienen como lengua materna, pasando por los orientales chino, japonés, tailandés o coreano.
Obviamente en la mitad de la mezcla de lenguajes están las lenguas romances, de la cual tenemos el honor de compartir los que hablamos español, francés, italiano y portugués, junto a un gran número de pequeños idiomas y dialectos regionales. Pero es ahí donde empieza el problema: debido quizás a la cercanía o importancia de nuestro idioma, o quizás por la enorme masa de inmigración, es más común el español que muchas otras lenguas.
Inicialmente eso es bueno: uno va al banco y en vez de recibir atención por parte de John Smith, resulta uno atendido por una simpática María Campos. Va uno hablando por el teléfono celular en el bus y luego de haber colgado la llamada, el señor del lado le empieza a preguntar de qué parte de Colombia o Venezuela proviene: porque sí, esa es la agrupación que nos hacen por estas tierras. Pero lo que no es divertido es cuándo esa misma persona escucha la conversación inadecuada porque uno cree que no le están entendiendo o cuándo el interés del visitante hispanohablante es mejorar el inglés, no exactamente perfeccionar el español.
Pero no sólo hablan nuestro idioma los que lo tenemos de lengua materna: después del francés, es la lengua que tiene más adeptos para aprenderla. Aunque algunas veces resulta muy curioso y hasta gracioso escuchar a un europeo no español, o inclusive asiático, intentar decir algunas palabras en nuestro idioma; Y el ejemplo más curioso lo encontré en un pakistaní que atiende en un supermercado cercano que me preguntó: '¿Usted habla español?', asombrado por la pregunta le afirmé y le pregunté el motivo; me dijo entonces en inglés: 'Es que mi novia es colombiana y me ha enseñado algunas palabras'. Para seguir la conversación entre la leche y los tomates le pregunté cuales eran y, en un español confuso, me respondió: 'Si - No - Buenas tardes - Te quiero mucho - jueputa vida'. Posiblemente los visitantes del supermercado me recordarán por un tiempo como el tipo que se puso rojo de la carcajada que no pudo contener, ahí disculparán.
Para graficar el cuento del lenguaje me atrevería a poner un par de ejemplo: Hace unos días estaba hablando por teléfono, con una amiga que está en Colombia, cuando iba en el bus y me preguntó: '¿No te mirán muy raro las personas porque estás hablando en español?' Yo lo único que pude decirle fue: 'Pero eso depende: quizás el rumano me puede mirar más extrañado que el congolés o que el polaco que tengo al lado'. Debo aceptar que respondí con cargo de conciencia: yo también hice esa pregunta cuando aún no estaba por estos lados.
Unos días después en un bus, porque es cierto que uno gasta bastante horas del día moviéndose entre sitios, estaba con un amigo, se subió una muchacha bonita y se hizo dos asientos delante de nosotros en el vehículo que estaba casi vacío. Entre nosotros nos dijimos: 'Parece latina pero quién sabe... tocará confirmarlo'. Cómo para que no quedara duda, mi compañero, bogotano para más señas, empezó con un tono perfecto para que ella escuchara: 'Pero está linda, mírele esa carita, pura pinta de latina... hasta colombiana debe ser... Uyy pero es que mírele el pelo y mire como se sentó... quién fuera silla para soportar a esa princesa...'. A grosso modo: diez minutos después, luego de recibir diez minutos de piropos, tocó el timbre y antes de bajarse, con el acento más bogotano posible, dijo: 'Uish, colombianos tenían que ser'. Nunca pude entender que quiso decir: ¿Acaso ella ya no es colombiana? Cómo ha cambiado esta tierra a la rolita. Punto para Colombia.

martes, 6 de abril de 2010

El transporte

La triple relación entre número de habitantes, número de vehículos y trancones es directamente proporcional. Se necesitarán siempre buenas y amplias calles, pocos vehículos y una pequeña dosis de paciencia y cultura si alcanza. Esta ciudad no es excepción: cerca de ocho millones de personas con un número elevadísimo de carros y pocas motos, sumado a unas vías en buen estado, da como resultado algunas horas en un bus para ir de un lugar a otro. Recomendación: tomar tubo (nuestro hispanismo para el Tube) y confiar en que si se llegará a tiempo al destino. El inconveniente: es más costoso.
Aquí el transporte está bastante organizado y la oferta es abundante en variedad y precios. Inicia todo con los buses de un piso, doble piso y con acordeón en la mitad. Sigue el Tube (subterráneo) y sus amigos en rieles: el Overground (por encima del suelo), el Rail (tren hacia las ciudades próximas) y el Tram (tranvía). Las otras opciones son los Coaches (algo así como buses intermunicipales), los botes por el río y los taxis, que son muy costosos.
Existe una gran malla vial para los que van en bicicleta y la gente respeta siempre a los que vayan en dos ruedas, teniendo además en cuenta que las motos son menos comunes aquí que en Colombia, por ejemplo.
Creo que si en Colombia tuvieramos un sistema de transporte tan organizado y eficiente, arreglaríamos un montón de problemas en cuánto a eso se refiere, aunque el enorme paso inicial sería lograr que los buses fueran estatales y no privados, pero los intereses existen por doquier y dificilmente se lograría algo así.
Los buses tienen un carril exclusivo en casi toda la ciudad, por el cual, supuestamente, tardan menos tiempo en completar su recorrido. Existen paraderos para ellos, y es el único lugar donde se pueden quedar: uno no puede tocar el timbre y decir: '¿Es que me va a llevar hasta donde su madre?', porque si la madre del conductor vive en la próxima parada, probablemente si lo lleve hasta allá. Y, como este sitio es veinte veces mi ciudad, en cada paradero existe un mapa donde se muestra el recorrido de los buses que pasan por allí y la hora en la que probablemente pasará. Uno puede pagar los trayectos en el bus o en la máquina de los paraderos pero resulta muy costoso, la mejor opción es comprar una semana con la tarjeta Oyster, con la cual uno podrá montar todo el día, todos los días en los buses que quiera, perderse y volverse a montar.
El respeto por el peatón es evidente: existen algunos puntos de cruce que son solo unos bombillos que están titilando y, si se pone alguien al lado, los vehículos frenan y esperan, sin desesperar ni pitar, hasta que pase el que está caminando.
Aquí los conductores de buses son mujeres y hombres de todas las razas y características, deben estudiar bastante para llegar a serlo, así como los taxistas, pero tienen algo en común: al no haber registradoras, cuando se les pasa alguien sin mostrar el tiquete se vuelven unas fieras y van gritando: '¡Si no me muestra un tiquete válido o me paga el recorrido, voy a llamar a la policía!'. Y es muy cierto: todos los buses tienen radio, además del GPS, y con solo una llamada pueden mandar, como ya les había contado antes: cuatro patrullas de policía en carro, una unidad en moto, dos ambulancias y un carro de bomberos; en caso de estar el sujeto armado, aunque fuera con algún tipo de corta-naranjas, podrían hasta mandar un helicóptero y llamar a la mismísima BBC para que cubriesen el evento. Y aquí, la verdad, si que podría suceder.