lunes, 22 de marzo de 2010

La acomodación

Es usual en esta ciudad que haya centenares de ofertas de vivienda, muchas de ellas disponibles en las escuelas, en internet, en las tiendas. El único problema es que muchas de ellas ya están vencidas: las personas llaman y les responden... 'Si claro, esta habitación está para alquilar pero ojalá me hubiera llamado hace tres semanas'.
Afortunadamente el mismo amigo que me consiguió trabajo, se tomó la molestia de separarme una habitación en la casa en la que vivía, en un exclusivo sector de los extramuros de Londres. La verdad es que la casa era buena pero el hombre ya tenía también como ganas de pasarse y pues yo lo que necesitaba era un lugar para dejar las maletas y reposar la cabeza. Nota mental: no eran los extramuros: el barrio era bonito, cerca de una universidad, pero más bien poco comercial y un poco alejado del centro.
En realidad nuestra casa quedaba en un punto medio entre el trabajo y la escuela, o mejor aún, era un vértice más de un triángulo amplio: sólo una hora en bus al trabajo en la mañana, otra más en la tarde hacia la escuela y como cuarenta y cinco minutos de regreso a la casa en la noche.
La tradición comercial es que el arriendo se pacta por semanas con un depósito inicial de dos de éstas: quizás por si el inquilino decide destrozar algo en la casa o, la más común, por si a éste se le antoja irse y no da una notificación de, por lo menos, dos semanas. Las opciones comunes de arriendo son la habitación sencilla y la compartida: obviamente la primera mucho más costosa que la segunda y pues en épocas de recesión la decisión fue tener la oportunidad de dormir en un ambiente un poco más habitado.
El primer día llegué y dormí muy bien, quizás debido al largo viaje. Al día siguiente conocí al que sería mi compañero de habitación: un turco que llevaba aquí sólo algunas semanas y, afortunadamente, bastante respetuoso en la convivencia; como dije antes, me preocupaba bastante su olor pero parece que no son los turcos, son los árabes los que disfrutan con los fuertes hedores afrodisiacos que pueden dejar en un espacio cerrado con solo habitarlo diez segundos.
Justo hoy he cambiado de habitación: estoy viviendo en un lugar más poblado, más lleno de tiendas, con un centro comercial cerca. Lo mejor fue el recibimiento: una pelea de borrachos justo en la esquina, pero también... ¿Quién manda al borracho pequeño a molestar al borracho grande?Recompensa: una decena de puños en las costillas cuando ya estaba en el suelo. El evento era seguro, sólo era cuestión de tomar una distancia prudencial y no había ningún problema.
Es importante mencionar que en cualquier barrio uno puede estar tranquilo porque siempre hay policías patrullando y pues la verdad no es que existan muchos atracadores al acecho. Se deben tomar las precauciones lógicas para una ciudad grande y es todo; igual, si uno está preparado en una ciudad como Medellín en el aspecto de seguridad, posiblemente esté bien adiestrado para los vándalos de este lugar. Que se vengan... que se vengan...
(P.d.: ¡Que yo corro más rápido!)

3 comentarios:

  1. Muy bueno, Walter, muy bueno tu relato. Espero que se vayan convirtiendo en pequeños capítulos de lo que será tu libro sobre el viaje a otras tierras.

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  2. :-) ¡Me encantan tus historias ole! Ahora lo que falta es conocer tu nueva casa.

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  3. No les había respondido aún pero: Muchas gracias por seguir estas historias que pueden ser tan cotidianas pero a las que hay que buscarle el lado interesante.

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